Estamos ante una película honesta, con interpretaciones innatas que reflejan la austeridad de un periodo concreto de la historia de España, la posguerra. Loreto Mauleón interpreta a Ana, una mujer que vive en un pueblo de Valencia en los años 40 junto a su marido, Tomás, representado por Roger Casamayor. La llegada de su cuñado Antonio, interpretado por Enric Auquer, dará un vuelco a sus vidas. La modernidad llega de la mano de Ana Rujas, en el papel de Isabel, esposa de Antonio.
La involución convive junto a la evolución, representadas por dos parejas sentimentales muy diferentes en mentalidad y ambición. Se da una oposición entre tradición y vanguardia, sacrificio y holgazanería.
Celia Rico Clavellino dirige hábilmente una película costumbrista que en ocasiones hace gala de una cierta lentitud. El guión es coherente y literario, contiene algunas frases de estilo reflexivo como por ejemplo, “la buena letra es el disfraz de las mentiras”.
Si hay un elemento que realmente destaque en este largometraje es el SONIDO. Con mayúsculas. Los pequeños detalles como el ruido de una vela al encenderse o la sartén en el fuego crepitan en un trasfondo limpio.
La cocina y la costura son tareas repetitivas en la cotidianidad de Ana, que se siente atrapada por las circunstancias, mostrando un fuerte aunque contenido deseo de sorpasar su constreñimiento en el pueblo, viajar y conocer otras culturas, especialmente París, cuna de la elegancia, la moda y el savoir faire.
El vestuario muestra la indumentaria tradicional de las mujeres, que básicamente se componía de camisa sobria y falda larga, en contraste con los pantalones que se llevaban en ciudades como Londres.
La ambientación es pueblerina, fundamentalmente se muestra el interior de una casa típica de pueblo española en los años 40, aunque los exteriores enseñan campo y mar. También hay un guiño al cine. Es el cine dentro del cine, que últimamente ha hecho alguna otra película española como “El secreto del orfebre”.
La música está presente en varios momentos del metraje, incluso a través de la radio. Entre los años 40 y 50 se dio “la época dorada” de ese medio de comunicación en un país empobrecido, con pocas opciones de entretenimiento. La banda sonora, compuesta por María Alcantud, recoge coplas, tangos y música folclórica que describen una atmósfera predominantemente melancólica, pero con ganas de evolucionar hacia el optimismo.
La película está basada en la novela homónima de Rafael Chirbes y es un homenaje a las mujeres que mantuvieron cohesionadas a sus familias durante la posguerra, renunciando a sus propios anhelos.
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